martes, 22 de marzo de 2016


Sobre Rabiosa de Gustavo Bernal

Rabiosa, el último libro de Gustavo Bernal (2015), publicado por Librosdementira, es un libro compacto, intimo, que desde una perspectiva musical, es una obra de cámara, por el tratamiento de la melodía, el ritmo y la armonía, también por el uso de los instrumentos y sus recursos. Desde la vereda literaria, sin embargo, esta relación se evidencia por el número de páginas (cuestión aparentemente trivial, pero decidora a la hora de construir una obra literaria), y por el registro, cuestión que nos lleva a contemplar espacios pequeños y recónditos. Estos lugares mínimos, cotidianos, en donde se presenta la historia de amistad de dos escritores, son estancias donde la vida cobra luminosidad y fuerza, en la narrativa de Bernal.

Para evitar hablar de lo obvio, Rabiosa, más allá de la relación de un escritor novato con uno consagrado, parece hablarnos de la desolación y la desesperanza. En el transcurso de la novela, Cruzila, más que un escritor que pretende construir una narrativa novedosa, es más un poeta beat, que en su soledad, intenta, entre drogas, amor y literatura, resistir las arremetidas de la existencia, de lo cotidiano, y por qué no, del sin sentido de la rutina. Este personaje, que por un tiempo se mantiene cerca de “La Reina Madre”, es un hombre que está en una constante búsqueda de palabras, de vivencias, de encontrar un respiro a la monotonía. Sin embargo, intuimos, sabe que su búsqueda es infructuosa e inerte. Después de haber sido conscientes que para los hombres el tiempo y el espacio no son eternos y en cualquier momento pueden resquebrajarse, toda invitación a la exploración es mera consolación. En este sentido, Cruzila es un poeta de la acción, como Rimbaud, y no un poeta del silencio, como Hölderlin.

Cruzila parece estar al tanto de aquello. Y trata de vivir intensamente cada experiencia. Salidas a bares, a la casa de Lemebel, a conciertos, a recitales poéticos, etc, parecen ingredientes propicios para aguantar el desgano. La afición a las drogas y al alcohol puede ser uno de estos elementos que le dan sazón al diario vivir. Las tardes y las noches son revestidas de un subidón orgiástico, que antes de hacernos caer, nos dispara como un cohete dispuesto a explotar segundos después de haber despegado. Luego de este suceso, queda el remordimiento y la culpa, pero jamás la rendición.

Esta novela destaca por su intimidad y sólida construcción de frases y diálogos. No estamos tratando con un escritor ingenuo. Llama la atención, por lo mismo, el comienzo de la novela, en donde resalta un registro poético y nostálgico, que nos recuerda al Knut Hamsun de “Hambre”. Dos novelas comparables, que guardando las proporciones, nos traen a la memoria el riesgo y valentía de quien decide continuar con vida. En este sentido, el tono y el ritmo de Rabiosa, también nos conduce al anterior trabajo de Bernal, “El Lenguaje de los Vivos”. Se puede decir que este libro, en donde siempre resalta una prosa valiente y cruda, está construido en base a lugares mínimos, personajes decadentes y una historia tétrica que ocurre en calles atestadas de basura, sangre y violencia. Ambas obras puedes ser medidas, puesto están paradas en el mismo lugar: la periferia. De este modo, la literatura de Bernal está lejos del ambiente burgués al que estamos acostumbrados en Chile. Palabras de sillón de cuero, de escritorio e irrisorio riesgo. Literaturas cómodas, sin vida, sin fuerza. La ventaja de una narrativa de los bordes y los pliegues, puede entenderse en que, a pasar que hay una cierta exaltación por los lugares y personajes decadentes,  una literatura que se hace cargo de la angustia y miseria del hombre, siempre podrá verse como una trinchera, aquel lugar que resguarda de las balas más rápidas, pero a la vez, destruye por la epidemia y la humedad más feroz.  

¿Qué nos quiere decir Bernal con todo esto? Por una parte, creemos, que nos dice que escribir sobre Lemebel puede ser una excusa para hablar de asuntos más importantes que su mera conducta,  gustos y aficiones, asuntos todos más o menos reconocibles por los lectores de su obra, y por otra, que, en cierto modo, ser un poeta de la experiencia, de la acción, tiene más sentido que ser un narrador de buenas historias con argumentos cinematográficos. Rabiosa es una novela rápida, de fácil lectura, que nos insta a reconsiderar esos espacios en donde la vida de un hombre cuelga de un hilo y cualquier cosa puede ser un elemento de resistencia, embestida y audacia. La importancia puede radicar en ello, en los elementos que se alejan de la interpretación más superficial o antojadiza.

Por Mr. Ministry




viernes, 18 de marzo de 2016



Un acercamiento al descalabro de la moral.


Así como Ariadna, hija de Minos, le enseñó a Teseo el sencillo truco de ir desenrollando un hilo mientras avanzaba por el laberinto con la finalidad de poder salir de él una vez hubiera matado al Minotauro, es necesario construir el propio ardid, la propia estrategia, para poder entrar y salir de la confusión que se nos presenta en Los Hijos de los Hombres. Un libro de cuentos, quizá, una novela, tal vez. Eso no interesa. Lo que importa es el cruce de voces, el diálogo, la polifonía que se va tejiendo a medida que el lector avanza por los caminos que propone el autor. La tarea es ardua, puede no tener sentido. La paciencia para con cierto tipo de literatura se demostraría al intentar sumergirse en un texto que invita al caos, al desorden, a la totalidad de la experiencia de la muerte, el desquicio y la locura. Aquí no interesan los nombres, los espacios, tampoco el tiempo. Interesa sólo la práctica conmovedora de la brutalidad, el sinsentido de la moral humana, la tortura como forma de auto-perversión. En este libro no hay Dios, hay infierno; no hay cielo, hay un león que acecha a sus presas. El texto propone al hombre contemporáneo como un ser que no se escapa de la bestialidad, que su cultura actual es sólo una herramienta para aplacar su maldad, para sobrellevar, de mejor manera, la maldición de ser una creación impulsiva e irracional. La tecnología, material e inmaterial, no transforma al hombre, sólo lo oculta, sólo esconde a un ser caído, a un ser condenado a la muerte. Después de hacer un trabajo de ficción y quitar toda la cultura y la tecnología del corazón humano, no queda nada más que Caín matando a Abel, no queda más que el asesinato, físico, discursivo, mediático, de una raza que se aniquila sin piedad y sin un porqué. Sin embargo, el amor, el humor y la nostalgia, no tienen por qué excluirse del teatro de la maldad, no tienen por qué escapar a las páginas de un libro. Porque todo se ha trastocado, todo se ha enfermado después de un pequeño acto de soberbia en el inicio de los tiempos. Todo puede contarse dentro de los límites del bien y el mal. Entre conversaciones, recuerdos y música, se pretende inaugurar un nuevo estado de conciencia del daño y la miseria. Enmarcado en una línea que va desde Thomas Pynchon a Foster Wallace, de Isidore Lucien Ducasse a Bruno Vidal, y por qué no, desde Human Condition de Mortification a Demented Aggression de Cannibal Corpse, Los Hijos de los Hombres intenta dejar en evidencia la poesía y el sinsentido que hay en la creación humana. De ahí la importancia del salmo: recuerda cuán breve es mi vida; ¡con qué propósito vano has creado a todos los hijos de los hombres!

Por Lobo Vikernes

Link de la presentación del libro aquí abajo:



Sobre Nostalgias Carcelarias de Hernán Contreras

Nostalgias Carcelarias, de Hernán Contreras, es un libro sencillo que al parecer, busca enfrentar al lector con la pérdida de la felicidad, la nostalgia, el recuerdo y la imaginación. A simple vista parece una tarea fácil, pero no lo es. Tiene sus complicaciones, sus riesgos, puesto las elecciones estilísticas, en algunos casos, quedan de lado cuando hablamos de un libro compilatorio de poemas escritos en diversos periodos de la vida de un autor. En este sentido, Nostalgias Carcelarias, al parecer, se enfrenta al dilema de la “poesía dada” versus la “poesía construida”. La primera, propone la construcción del poema de forma mental, dando especial importancia al sentimiento y a un cumulo de imágenes que son puestas en el papel por lo general, libremente, sin mayores prejuicios en cuanto a cómo escribir. La segunda, tiene más que ver con el trabajo pausado, con el trabajo de cincel que puede llegar a requerir un verso. En otras palabras, este tipo de poesía, que lejos de tener algo que ver con la academia, está en directa relación con una arquitectura a priori del poema, en donde el poema final se concibe mediante un acabado proceso de ajustes y reorganización de las palabras, cuestión que en la mayoría de los casos, tiene un efecto visual en el lector. A mi modo de ver, Nostalgias Carcelarias, va más por la línea de una poesía dada, que se despliega libremente en el papel, que a una poesía construida, que tiene más que ver con la construcción/corrección de cada frase.  Esto no debe ser concebido como un error, sólo un dato, un código, que ronda toda la obra de Hernán.

Cuando terminé el libro, de inmediato me pregunté de qué nostalgias y de qué carcelarias me estaba hablando el autor. Al parecer, el título evoca una metáfora que puede ser entendida de diversos puntos de vista. Con el que me quedo yo, tiene que ver con percibir estos estados como aquellas melancolías que aparecen cuando estamos entre los barrotes de una sociedad que a punta de cañón, ha diezmado la libertad del hombre, transformándola en un estado de autonomía que sólo puede ser concebido dentro de la estructura social en la que vivimos, una cárcel donde el régimen de encierro se vive en la propia ciudad. Pero si queremos ejercer esta libertad desde fuera de los barrotes, la libertad pasa a ser sólo un dispositivo de la clandestinidad, de una contracultura que apela a lo ilegal, a la resistencia. Entendiendo el libro desde este punto de vista, me parece que Hernán va conduciendo al lector por un camino que apuesta a la construcción de un imaginario en donde los miedos, los recuerdos, el amor y cierta lucha por la reivindicación de un hombre más apegado a la naturaleza, van construyendo un texto emotivo, lleno de señales, espacios y paisajes idílicos que contrastan con el tono melancólico del hablante. Es un buen recorrido, pensando que Nostalgias Carcelarias es un texto recopilatorio de poemas que el autor escribió entre los 15 y 24 años. Es un riesgo, como ya he dicho, pero que leyendo entre líneas, nos permite navegar libremente por el universo que nos presenta el poeta.

Respecto a la idea de libertad, Hernán es preclaro al contraponer la libertad de algunos pueblos originarios (cuestión que evidencia en su exaltación de la naturaleza) y anteponerla a la actual construcción de las ciudades y su vida caótica y mercantil. Al parecer, la vida apegada a lo natural, a la exuberancia del paisaje a la intemperie, se constituye como un lugar más propicio para el ejercicio de la libertad, en donde el hombre, lejos de las redes de la civilización (siempre dispuestas al control y la vigilancia) se conforma como un ser más íntegro, con mayor autonomía para la toma de decisiones a favor de la contemplación y la paz interior. En este sentido, estos espacios salvajes, vienen a constituirse como el paraíso terrenal por el cual el hombre, al menos, debiera sentir nostalgia. Sin creer que esta lógica dual que nos presenta Hernán (una lógica más relacionada con el pensamiento cristiano-filosófico donde hay un lugar ideal a donde aspiramos llegar y otro material, que nos corroe y corrompe)es el único camino posible para la añoranza, y atendiendo a las contradicciones que esta idea supone, creo que es (pensando en las personas que optan por una vida autosustentable en los bordes de las ciudades)un buen inicio para ejercer la resistencia, esa actitud que el libre-mercado nos tiene acostumbrados a rechazar o a desconocer.
     
Por otra parte, este continuo clamor del hablante por la naturaleza, por los rincones inhóspitos del desierto o la selva, es un pulso, recurriendo a lo musical, que se presenta en gran parte de la obra. Este pulso a veces es regular, otras intenso o disperso, otras apenas perceptible, pero que se articula como una arteria, que, debajo de toda la obra, de todas las palabras, inhala y exhala una constante, una velocidad. En este sentido, me gusta entender el ritmo, tanto en lo musical como lo literario, como una constante, con un elemento siempre en movimiento, siempre vivo, que sin embargo, en la sucesión y alternancia de los diferentes elementos en juego, invoca una irregularidad. Y aquí pienso en el serialismo libre que llevó el ritmo a los límites de la improvisación, cuestión bien explorada por los maestros de free jazz de los años 60 en Estados Unidos. Por de pronto, creo que estos poemas evocan una constante, un tema general donde se enmarca cada uno de los poemas, pero que en el interior mismo de éstos, aparece una irregularidad rítmica y estructural en tanto que diferentes frases se van alternando y construyendo sincopadamente, donde la obviedad de lo que se repite desaparece en la medida que se suceden y alteran las intensidades, los tonos, y por qué no, las voluntades. 
    
Insistiendo en lo musical, pienso en la música de fondo que podría acompañar a estos poemas. No en sonidos que refuercen el tono reflexivo de la poesía de Hernán, más bien, algo que haga el contraste, la yuxtaposición. No sé si pensar en grupos como Death (la banda de proto-punk de Detroit) o los Jorobados, sea descontextualizar los propósitos del autor, pero me gusta la idea de tensar una estética hasta generar el quiebre y ver aparecer otra energía. Imágenes tan cinematográficas como: “He visto a mi lado un salar contándome del pasado y del cansancio de los que por su sangre sufrieron”, resisten unas guitarras estridentes, una voz chillando y una batería acelerada que suenen mientras un salar al atardecer se muestra mediante un paneo en la pantalla. La melancolía y la estridencia pueden aparecer en un contrapunto que apueste por resistir el eslogan, el panfleto. Y esto no en un mero sentido de resistencia política y contracultural, sino que una resistencia a las ideas, las cosmovisiones, las ideologías, a las diversas tonalidades de la tristeza y la melancolía. En este sentido, creo que leer entre líneas un libro como Nostalgias Carcelarias puede ayudarnos a evocar estéticas que apuesten a los quiebres, a los derrumbes y a los embates de lo obvio contra el desenfreno de lo desconocido. Más allá de quedarme en la lectura más superficial del libro, que dice relación con reconocer la memoria, el amor y la reivindicación como elementos constitutivos del texto, me gusta la idea que libros como este sean la excusa para hablar y pensar sobre situaciones que aparentemente no tienen nada en común: la naturaleza y el serialismo libre, el punk y la melancolía, la nostalgia y la cárcel.

Por último, sólo felicitar a Hernán por un libro sencillo, que se destaca por su tono reflexivo y la mirada atenta del poeta a su entorno, la vida, el mundo. Quizá de eso se trate la poesía, de saber mirar, distinguir los claros oscuros, los destellos de luz de los reflejos, el cromatismo de las sombras, en definitiva, de contemplar el mundo desde un prisma que nos permita, a través de nuestros limitados sentidos, aprehender la vida que avanza siempre hacia adelante, como un río, como un flujo.

Por Rigor Mortis

Sobre Relatos de Alcantarilla y el post-capitalismo-cognitivo.

Emilio Vilches Pino (Santiago, 1984) reaparece con un nuevo libro publicado por Ediciones Polla Literaria, “Relatos de Alcantarilla” (2015). Bajo un título sugerente, se agrupan trece cuentos que escritos en diferentes momentos de la vida del autor, persisten en mirar la decadencia humana, aquella decadencia cotidiana que carcome de forma silenciosa a los hombres más comunes. Los personajes del libro, si bien es cierto, hombres y mujeres, todos con rasgos sicológicos y personalidades definidas, pueden ser descritos mirando a un solo protagonista: un “hombre-mujer” todo integrado. Este “hombre-mujer” no es más que el ser decadente, ensimismado y neurótico fácil de encontrar en sociedades post-capitalistas como la nuestra.

Un misógino, una maniática sexual, un bebedor empedernido asiduo a las prostitutas y las peleas callejeras, un esquizoide y un suicida, son “hombres-mujeres” sumergidos en experiencias límites, que, hastiados, cansados, pero a su vez capaces de resistir cualquier puñetazo de la existencia, rinden culto al desenfreno y a una expresión poética del diario vivir. Desde la actualidad post-capitalista, en donde la esfera opresiva-económica se manifiesta como la causa típica de la esquizofrenia social, hombres y mujeres enloquecidos en su afán de aguantar la rigidez de la vida, son dignos de tolerar, y por qué no, de respetar.

Vilches Pino insiste en mostrarnos la dimensión más tenebrosa de la cotidianeidad humana, aquella cotidianeidad en donde el silencio y el anonimato son parte de una novela dramática necesaria de ser escrita. Más allá del cliché del “personaje decadente”, Vilches se encarga de dibujarnos una sicología, una conducta, una especie de ética de la paranoia. De ahí la importancia de pasajes como este: “Las crisis de pánico se sumaban ahora a la depresión y al omnipresente insomnio”. A partir de ahí podemos interrogarnos: ¿La psicosis existencial es una experiencia que se ha potenciado en el presente siglo, en la medida en que la ética más macabra del capitalismo cognitivo se ha hecho un virus indescifrable, y por lo mismo imposible de curar? La respuesta corre por cuenta del lector de estos cuentos.

“Relatos de Alcantarilla”, que en sus mejores pasajes puede traernos a la memoria a Carver, Bukowski y a Caicedo, sumergen al lector en un camino que deja pocas salidas. Las experiencias límite, justamente son llamadas así porque están en los márgenes, en los bordes, son situaciones de la rutina en las que cualquier ser humano puede verse inmerso, y a raíz de esa eventual inmersión, percibir el terror psicológico tan evidente en la literatura de Poe y en el cine de Hitchcock.


Con un libro en el que sobresalen relatos como “Carne Molida”, “Libertad” y “Bang Bang”, el autor nos entrega un libro compacto, que, enmarcado en un realismo sucio bastante presente en la literatura actual, puede hacernos caminar por un laberinto tenebroso, pero no menos admirable, no menos digno de tener presente en nuestro silencio más habitual.

Por Necrobutcher 

Sobre Uno Contra Todo, de Roberto Muñoz.


Escribir sobre el libro de una persona que no conoces, de la que no sabes algo de sus rutinas, su intimidad, su forma de entender y percibir el mundo, es una empresa inabarcable, me dijo una vez una amiga. Ella lo mencionó a raíz de justamente la crítica literaria, el comentario de libros. Cuando se me encomendó presentar Uno Contra Todo de Roberto Muñoz, esta sentencia no dejó de rondarme, porque en cierto sentido, para escribir sobre un texto, el contexto del escritor, su historia, su biografía, si se quiere, es concluyente a la hora de juzgar su obra. Y esto no por mero capricho, sino más bien, por situar la escritura en la esfera misma de la vida, del flujo de energía vital, aquellos momentos que por lo general pasan desapercibidos, encubiertos bajo el envoltorio del lenguaje. Sin embargo, este desconocimiento de la intimidad del autor al que me enfrento (desconocimiento que rondará por completo la escritura de este texto), no es un impedimento total a la hora de emitir juicios sobre su obra, porque los textos se juzgan, se aprecian, se discuten, por lo general, sin tener acceso a un margen aceptable de información acerca de la vida privada del autor. De ahí que la sentencia de mi amiga: “es una empresa inabarcable”, pueda ser tomada como un comentario polémico o simple exageración.  Teniendo esto en cuenta, quiero limitarme a decir algunas cosas sobre el libro de Roberto.

Dejando de lado el aspecto técnico, que presenta desniveles en términos escriturales, este libro parece ser una reflexión y crítica sobre el mundo y la vida, aunque también un texto confesional. Por una parte, encontramos pasajes demoledores que buscan un cuestionamiento estructural a sistemas de significación bien reconocibles, y por la otra, relatos desgarradores sobre la amargura y el sinsentido de la existencia, que pueden traernos a la memoria el registro de Zaratustra de Nietzsche o los pasajes más dramáticos del Eclesiastés de Salomón. A ratos, a este desenfado le cuesta desmarcarse de la controversia más obvia del sistema de construcción simbólico actual, desenfado al que ya nos tienen más o menos acostumbrados los actores sociales que gustan de marchar por las calles o algunos intelectuales de una izquierda más bien reaccionaria que despilfarran retórica sin proponer salidas a las tensiones que indican con el dedo. Sin embargo, destaca el tono desgarrador de algunos pasajes que rememoran la literatura de Isidore Lucien Ducasse o el duro film Solo Contra Todos, de Gaspar Noé. Y es esto lo que más me ha llamado la atención. A mi modo de ver, Roberto nos presenta este desenfado, disgusto, y violencia, como la excusa, la antesala para rondar la sensualidad y el amor, amor que se cuela por los poros al mismo instante que las palabras nos presentan un mundo diezmado y carcomido por el sinsentido. Creo, sin embargo, que esta elección no es ingenua, puesto Roberto no nos presenta el amor como una salida, una solución a la tensión, un consenso, sino como una revelación, aquella manifestación de lo indecible en la esfera de la historia, en otras palabras, como aquel sin sentido, simple espejismo, que es capaz de construir un mundo y llenarnos de optimismo, entendiendo el riesgo de lo que esto puede significar. En este sentido, el amor romántico no es una respuesta que determine un camino a seguir porque, en palabras de Roberto “por más que lo intente cabelleras ensangrentadas descansan bajo el agua”. En este verso se vislumbra la incapacidad del amor para desplegar su propia esencia y finalidad. Teniendo esto en cuenta, el amor es una artillería pesada que falla sus disparos, no alcanza su objetivo, encuentra la pólvora húmeda y se limita a proyectar balas sin dirección. Aun así, pareciera que el amor (o quizá sólo una mujer), es la proyección, la imagen virtual de un respiro, de una fraternidad, de aquel instante efímero que no alcanza a ser aprehendido como momento definitivo de paz o descanso. Y de ahí su importancia, su importancia como revelación que apenas puede ser comprendida por nuestros códigos de lenguaje.

Por otro lado, llama mi atención la alusión a tres obras más o menos conocidas del repertorio de la música docta, que son: sonata para piano y violín en La Mayor de Franck, Dance of the Knight de Prokofiev y Lascia ch´io pianga, de Händel. Más allá de encasillar estas obras exclusivamente a los pasajes donde son citadas, me gusta la idea de que funcionen como la música de fondo que suena mientras nos enfrentamos a la lectura del libro. De este modo, la armonía sensual, las modulaciones reconocibles del estilo romántico, en Franck y Prokofiev y barroco-clásico en Händel, en definitiva, música expresiva que demuestra dramatismo hacia al mundo, se comporta como un contrapunto al tono narrativo denso, opaco y en ocasiones agresivo del libro. Resulta interesante imaginar como el autor, en medio de discursos que apelan a la deconstrucción de significados, a la enunciación de lo indecible y al esbozo de algún tipo de programa nihilista, es capaz de contemplar melodías sutiles, escasamente disonantes, contraponiéndolas así a una narración desgarradora, que da cuenta de la atrofia del hombre inmerso en el deseo sin límites ni ética, influjo del pensamiento liberal que es la base del tardo-capitalismo actual. En este sentido, Uno Contra Todo resulta en una estética de la contraposición, en cuanto la sensualidad, se ve enfrentada en el espejo del sin sentido del vivir humano. En otras palabras, el libro de Roberto parece insertarse en esta dimensión dual, que apela a un imaginario contradictorio, a una psicología humana que no navega sólo en una dirección, sino que en varias, y por lo general en direcciones opuestas. Así, la configuración humana puede ser entendida al menos, en dos dimensiones: la palabra, que apela al desgarro de una cotidianeidad corroída por el mismo hombre, y la música, aquel lenguaje que está por sobre la palabra y que nos presenta la vida algo más poética, algo más nostálgica.
       

Por último, creo que este libro, dentro de sus propios límites y alcances, es un buen pretexto para preguntarnos sobre nuestra propia estadía en el mundo, sobre aquella estructura política, económica y social que nos constituye como los sujetos en que nos hemos convertido, y por sobre todo, por el discurso normativo que nos controla, dirige y en algunos casos, nos convierte en sujetos dóciles y amables justamente con todo lo que negamos u odiamos. Y esto por el innegable romanticismo que evidencia el libro, romanticismo que está vinculado a la melancolía, a la pérdida de la esperanza, al auge de una actitud heroica y al sublime mundo de la razón y la sinrazón, engranajes en el contraste del hombre en medio del desgaste de su propia vida. No me resta más que felicitar a Roberto por esta publicación y a la Editorial Polla Literaria por su eficiente trabajo en la  manufactura del texto. 

Por Euronymous